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Nacido en Anatot, Judea 650 a.C. (Jer. I, I), su obra nos permite adentrarnos en la situación religiosa del reino de Judá, durante sus últimos cuarenta años. Permaneció de hecho en activo hasta que Jerusalén fuera destruida por las huestes de Nabucodonosor (587 a.C.). Las vicisitudes del reino durante este accidentado periodo explican que la actuación del profeta no ofrezca siempre un mismo cariz.
El profeta Jeremías es un hombre de probada interioridad, cuya timidez tiende a alejarle de los vaivenes socio-políticos. Sin embargo, el espíritu divino no cesa de empujarlo. Se intuye un continuo forcejeo entre el profeta que ama el silencio y Dios que le exige hablar. ¡Cuán inescrutables son los designios divinos! ¿Por qué impulsan a un tímido aldeano, ávido de solaz y soledad? Nadie lo ha sabido jamás. No obstante, siempre ha sido claro que contra Dios es absurdo luchar. Por ello Jeremías acabó siendo profeta.
Según él mismo escribe, fue llamado por Dios en el decimotercer año de gobierno del rey Josías. Es autor del libro de la Biblia que lleva su nombre: el Libro de Jeremías.
Con sus profecías desafió la política de los reyes de Judea Joaquim y Sedecías y anunció el castigo de Yahvéh por la violencia y corrupción social, que rompían la alianza con Dios: Hablan de paz, pero no hay paz, escribió.
Según Jeremias, 36:23, la primera versión de su libro fue destruida por el rey Joaquim, bajo cuyo gobierno el profeta vivió en continuo peligro de muerte . La persecución contra Jeremías se acrecentó bajo el mandato de Sedecías, que lo trató con crueldad y lo acusó de ser espía de los babilonios, por anunciar que Judea sería destruida si no se arrepentía de sus pecados y cambiaba para volver a la alianza con Yahvéh. Jeremías llegó a lamentarse por su destino, pero finalmente decidió continuar su misión profética (Jeremias, 20:7-11)
Jeremías llamó a liberar a los esclavos como muestra de conversión. En principio su llamamiento fue acatado, pero luego los amos volvieron a esclavizar a quienes habían liberado, con lo cual el profeta consideró sellada la suerte de reino de Judea, de Sedecías y de Jerusalén (ver Jeremias 34:8-22). El anuncio de la derrota de Judea fue acompañado sin embargo, por la profecía sobre la futura ruina de Babilonia, la Nueva Alianza Jeremias 31:31 y la restauración.
En el año 587 Nabucodonosor II derrotó a los judíos, llevó cautivos a los notables, esclavizó a miles de personas, ejecutó al rey y destruyó el Templo de Jerusalén. Únicamente los pobres fueron respetados y Jeremías se retiró a Mizpah y luego a Egipto, donde según la tradición murió apedreado.