Ezequiel es el tercero de los cuatro profetas llamados mayores. Fue de la estirpe sacerdotal, hijo de Buzi. Nabucodonosor le llevó cautivo a Babilonia con el rey Jeconías el año 599 a.C. Le concedió el Señor el don de la profecía para consolar a sus hermanos, en cuyo ministerio continuó por espacio de veinte años al mismo tiempo que Jeremías profetizaba en Jerusalén; y tuvo la gloria de morir mártir de la justicia; como se lee en el Martirologio romano, a diez de abril, con estas palabras: Memoria de Ezequiel profeta, el cual cerca de Babilonia fue muerto por el príncipe de su pueblo, porque le reprendía por causa del culto que tributaba a los simulacros (de los ídolos). Fue sepultado en el monumento de Sem y de Arfaxad, progenitores de Abraham, donde solían concurrir muchos a orar.



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Sus profecías son muy oscuras, mayormente el principio y el fin del libro. Después de haber insinuado su vocación, describe la toma de Jerusalén por los caldeos, con todas las horrorosas circunstancias que las acompañaron, la cautividad de las diez tribus, la de la tribu de Judá, y todos los rigores de la divina venganza contra su pueblo infiel. En seguida le presenta a éste objetos de consuelo, prometiéndole que Dios le sacaría de la cautividad y restablecería Jerusalén y su templo, y el reino de lo judíos, figura del reino del Mesías; y predice la vocación de los gentiles, el establecimiento de la Iglesia y el reino del supremo pastor Jesucristo, de cuyo Bautismo y Resurrección habla de un modo misterioso; por cuyo motivo es llamado por S. Gregorio Nacianceno el máximo y sublimísimo entre los profetas, y por S. Jerónimo el Océano de las Escrituras y laberinto de los misterios de Dios, por la suma dificultad de las figuras, símbolos y enigmas con que se explica.



No siendo el fin y el cumplimiento de las Escrituras, sino la doble caridad (amor a Dios y al prójimo), cualquiera que cree haber entendido las Divinas Escrituras o alguna parte de ellas, pero que las entienda de tal suerte que con esa inteligencia que tiene no edifica aquella doble caridad, todavía no las ha entendido bien: al contrario, aquel que saca de ellas tales sentimientos que son inútiles para nutrir y fortalecer dicha caridad, aunque acaso no haya comprendido el verdadero sentido que tuvo en su mente en aquel texto el escritor sagrado, ni se engaña para daño suyo, ni cae absolutamente en mentira.



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