Según lo que aparece escrito en la Biblia, Daniel formaba parte de la tribu de Judá que había sido capturada y permanecía en Babilonia cuando Nabucodonosor II destruyó la ciudad de Jerusalén.



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Un grupo de jóvenes fue seleccionado para ser llevado ante Nabucodonosor. Eran escogidos de las tierras y pueblos que Babilonia había conquistado. Fue acompañado por, entre otros, tres jóvenes hebreos de su misma tribu: Hananías, Azarías y Misael. Aunque muchos de los exiliados vivían cerca del río Kebar, fuera de la ciudad de Babilonia, se escogió a Daniel y sus tres compañeros para un aprendizaje especial de la escritura y lengua caldeas durante tres años, a fin de equiparlos para funciones de gobierno. Como era costumbre, les pusieron nombres babilonios: a Daniel le llamaron Beltsasar conforme al nombre del dios de Nabucodonosor.



El profeta Daniel tuvo varias pruebas de su fe. Cuando era adolescente ingresó junto con muchos hebreos a la corte del Rey y enfrentó la posibilidad de consumir alimentos prohibidos por la Ley Mosaica pero él los cambió por «legumbres y agua». Esta decisión tomada por los jóvenes les hizo recibir la bendición de Dios. Bajo el reinado medopersa de Ciro, cuando Darío gobernaba localmente, Daniel fue arrojado al foso de los leones a causa de su gran fidelidad a Dios. Salió ileso del foso demostrando así a Darío el poder de Dios.



Daniel estuvo sirviendo al rey Nabucodonosor del que incluso se convirtió en consejero al ganar su confianza interpretando un sueño del rey que no entendía; como todos los sabios fueron incapaces de revelarlo, Daniel se presentó ante el rey y, no solo le contó el sueño por revelación divina, sino que lo interpretó, gracias a lo cual salvó su vida y la de los otros sabios. Este suceso hizo que Nabucodonosor nombrara a Daniel gobernante sobre todo el distrito jurisdiccional de Babilonia y el prefecto principal sobre todos los sabios de Babilonia. (Da 2:48.) Sus tres compañeros recibieron puestos encumbrados fuera de la corte, mientras que Daniel sirvió en la misma corte del rey. Tiempo después, Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor sobre un inmenso árbol que fue cortado y al que después se le permitió brotar de nuevo. Este árbol representaba al gran monarca babilonio. Nabucodonosor permanecería en un estado de locura por siete años y luego recobraría el juicio y también su reino. Fue el propio Nabucodonosor quien dio testimonio de que esto en realidad le sucedió por mano de Dios al parecerle bien proclamar por todo el reino la experiencia. Dios había otorgado a Daniel la habilidad de interpretar los sueños. Daniel fue quien predijo la destrucción de Babilonia a Belsasar exactamente cuando se produjo, habiendo interpretado las palabras escritas en el enlucido de una pared por una mano que había aparecido de manera milagrosa.



Daniel recibió dos visiones durante el primer y el tercer año de Belsasar. Diferentes animales representaron en estas visiones a las potencias mundiales que se irían sucediendo hasta el tiempo en que serían destruidas y se daría la gobernación celestial a alguien como un hijo del hombre. (Da 7:11-14.). Parece ser que, tras la muerte de Nabucodonosor, por largo tiempo se usó poco a Daniel como consejero, si es que en alguna ocasión se volvió a acudir a él, de manera que la reina tuvo que hablar de él a Belsasar cuando ninguno de sus sabios fue capaz de interpretar la portentosa escritura que apareció sobre la pared del palacio en la ocasión en que este monarca ofrecía un festín desenfrenado y blasfemo. Como se le había prometido, “por heraldo anunciaron, acerca de él, que había de llegar a ser el tercer gobernante en el reino”; Nabonido era el primero y su hijo Belsasar, el segundo. Aquella misma noche la ciudad cayó ante los medos y los persas y Belsasar fue asesinado.



En el primer año de Darío, Daniel discernió por los escritos de Jeremías que se aproximaba el fin de los setenta años de desolación de Jerusalén. Reconoció con humildad los pecados de su pueblo y oró para que Dios hiciese brillar su rostro sobre el santuario desolado de Jerusalén. Se le favoreció con una revelación transmitida por medio de Gabriel, quien le dio la profecía de las setenta semanas, una profecía que fijaba con exactitud el año de la llegada del Mesías. Felizmente, Daniel vivió para ver el regreso de los judíos con Zorobabel en 537 a. E.C., pero no se dice que los acompañase. En el transcurso del tercer año de Ciro (536 a. E.C.), Daniel recibió una visión de un ángel que, cuando iba a revelársela, había tenido que contender con el príncipe de Persia. El ángel reveló lo que le sucedería al pueblo de Daniel en la parte final de los días, porque es una visión todavía para los días venideros. (Da 10:14.) Empezando con los reyes de Persia, se escribió historia por adelantado. La profecía señaló que la escena mundial llegaría a estar dominada por dos potencias políticas opuestas: el rey del norte y el rey del sur, y que esta situación se mantendría así hasta que Miguel se pusiese de pie, a lo que seguiría un tiempo de gran aflicción.



Durante el reinado de Darío el medo, Daniel fue uno de los tres altos oficiales nombrados sobre los 120 sátrapas que tenían que gobernar el reino. Se distinguió notablemente por su servicio en el gobierno, hasta el grado de estar a punto de ser elevado sobre todo el reino cuando la envidia y los celos hicieron que otros oficiales tramaran su muerte. La ley que indujeron al rey a promulgar tenía que ver con la adoración de Daniel a Dios, ya que no podían encontrar en él ninguna otra falta. El rey aplicó la ley de mala gana y envió a Daniel al foso de los leones. Debido a la firme integridad y fe de Daniel, Dios envió a su ángel para librarle de los leones. Luego Darío ajustició a los conspiradores haciendo que fuesen devorados por los mismos leones.



 

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